martes, 9 de septiembre de 2008

Un régimen bonapartista

Una dictadura policiaco-militar basada en "el dominio de la espada" es régimen bonapartista. Pero el régimen bonapartista en Chile, por las razones anteriormente mencionadas, tiene necesariamente un carácter particularmente virulento. Es un régimen bonapartista que intenta imitar los métodos del fascismo. Pero Pinochet no tiene, y nunca tuvo, la base social de masas que haría falta para llevar a cabo la tarea central del fascismo: la destrucción total del movimiento obrero y la atomización de la clase trabajadora. A pesar de su carácter extraordinariamente represivo, el régimen de la Junta es intrínsecamente inestable y no tiene la más mínima posibilidad de durar tanto tiempo como los regímenes de Hitler y Mussolini. Más bien se trata de un régimen del tipo de la "dictadura de los coroneles" en Grecia, que a duras penas duró 7 años, sin poder solucionar nada para el capitalismo griego, y finalmente sufrió un colapso que abrió el camino a una nueva ola de radicalización y convulsiones sociales.


Lo que ha dado, a corto plazo, una apariencia falsa de estabilidad y solidez a la Junta es el profundo desánimo de las masas chilenas y su sentimiento de impotencia ante la reacción triunfante, tras el colapso de las organizaciones obreras. La terrible masacre de los cuadros obreros y la desarticulación de sus partidos y sindicatos crearon un ambiente generalizado de desorientación.


En esta situación, la crisis económica, el desempleo y el hambre, lejos de estimular la lucha, sirvieron para apagar todavía más los ánimos de los trabajadores. Este desánimo, y su consiguiente inercia, es lo que explica que la dictadura prolongue su vida, a pesar de todos sus problemas y contradicciones internas.

Era irónico ver cómo, en los meses siguientes al 11 de septiembre, los mismos dirigentes que se habían negado sistemáticamente a armar a los obreros y campesinos cuando eso era la clave para la victoria, ahora se dedicaban, normalmente desde lugares distantes y seguros, a escribir artículos sobre la necesidad de la lucha armada contra la dictadura. Más de un año después del golpe, un portavoz del PCCh declaró a La Stampa que "las organizaciones de izquierda chilenas todavía poseen cantidades importantes de armas" y que "se está llevando a cabo una lucha para derrumbar el régimen militar". ¡En qué mundo de sueños vivían estos héroes del exilio!


Desde luego, la última cosa que se debía haber planteado en esta situación era la lucha armada, la guerra de guerrillas o el terrorismo individual. Los resultados logrados por los grupos minoritarios que propugnaban esta idea en Chile han sido totalmente negativos: la pérdida innecesaria y sin sentido de una serie de compañeros jóvenes y heroicos, pero totalmente equivocados en sus planteamientos, y la desarticulación de los grupos en cuestión.


No obstante, los pequeños núcleos de cuadros obreros, tanto socialistas como comunistas, empezaron, de la forma más lenta y penosa, a desarrollar un trabajo serio en la clandestinidad. Estos compañeros, a diferencia de los dirigentes en el exilio, nunca han intentado ocultar con palabras bonitas la terrible situación, sino que hablan honradamente de la realidad de "un pueblo sojuzgado, oprimido, hambriento y aterrorizado". Los mejores elementos de la clase obrera, en las cárceles, en la clandestinidad, en los campos de concentración, están intentando cumplir con su deber fundamental: sacar conclusiones correctas de su terrible experiencia. Desgraciadamente, parece que muchos de los viejos dirigentes no saben, o no quieren, hacer lo mismo.

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