martes, 9 de septiembre de 2008

Oportunidades perdidas

El descontento, generalizado a todos los niveles de la sociedad, encontró su expresión más clara en una ola de agitación entre los estudiantes universitarios. En general, los estudiantes y los intelectuales son un barómetro muy sensible de las contradicciones y tensiones en el seno de la sociedad. Lenin explicaba que las condiciones objetivas para que pudiera hacerse la revolución socialista son cuatro: en primer lugar, que la clase dominante pierda confianza en sí misma y no pueda seguir ejerciendo su dominio con los mismos métodos de antes. Segundo, que las clases medias, la reserva social de la reacción, estén vacilando o sean por lo menos neutrales. Tercero, que la clase obrera esté dispuesta a luchar por la transformación radical y decisiva de la sociedad. Y cuarto, que exista un partido revolucionario, con una dirección revolucionaria capaz de dirigir a las masas hacia la toma del poder.


La crisis de la clase dominante chilena se puso de manifiesto por la crisis gubernamental permanente que caracterizó la década de los 20. El fermento entre los estudiantes reflejaba el descontento generalizado entre la clase media. A las protestas de los estudiantes se sumaron los médicos y otros sectores profesionales. Hubo una serie de manifestaciones violentas que condujeron al colapso de la dictadura de Ibáñez, que huyó del país. Si hubiese existido un auténtico partido revolucionario de masas en Chile, la situación prerrevolucionaria se hubiera podido transformar en una situación revolucionaria, con la toma del poder por parte de la clase trabajadora.


La tragedia de la clase obrera chilena fue que la consolidación del Partido Comunista coincidió con la degeneración estalinista de la URSS. El mismo proceso se dio en todos los partidos de la Internacional Comunista, que seguían ciegamente la línea política determinada por los intereses de la burocracia rusa. A partir de 1928, la Internacional, creada bajo la política leninista del internacionalismo proletario, aprobó oficialmente la teoría estalinista del "socialismo en un solo país", lo que convirtió a los partidos comunistas en meros instrumentos de la política exterior de la burocracia rusa. Este fue el factor decisivo en la degeneración nacional-reformista de todos los partidos de la Internacional Comunista.


Al mismo tiempo, siguiendo las instrucciones de la camarilla estalinista de Moscú, los partidos de la Internacional aprobaron la locura ultraizquierdista del llamado "tercer período", según la cual todas las demás organizaciones de la clase obrera eran "socialfascistas". Esta política fue la causa del terrible fracaso de la clase obrera alemana en 1933. En los demás países, los partidos comunistas perdieron su base entre las masas a consecuencia de esta locura, que iba directamente en contra de la política de frente único predicada por Lenin. También en Chile los resultados de la política estalinista fueron funestos. El PCCh se vio reducido a un grupúsculo sectario, aislado de las masas en el momento decisivo y totalmente incapaz de dar una dirección seria al movimiento revolucionario.

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