lunes, 8 de septiembre de 2008

Crisis de la Junta

Cada régimen bonapartista tiende necesariamente a expresarse mediante el poder personal de un solo hombre, el "hombre fuerte", que representa a "la Nación" por encima de "intereses de clase o partido". Las críticas de Leigh Guzmán hacia el "caudillismo" de Pinochet se explican en primer lugar por el descontento de un sector de la casta militar, que se siente marginado del poder. Su parte del "pastel" no se corresponde con sus aspiraciones. Pero esta lucha gangsteril entre diferentes camarillas tiene un alcance mucho mayor que el enfado personal de éste u otro militar de la Junta.


Los elementos descontentos, aglutinados en torno a Leigh, intentan buscar puntos de apoyo en la sociedad aprovechándose del descontento general y dando a entender que su oposición a Pinochet representa, de alguna manera, una opción más "liberal" dentro de la Junta. A pesar de su creciente aislamiento, el Bonaparte chileno, rodeado por su camarilla de vulgares arribistas militares y aplaudido con fuerza por las masas de jóvenes bien subvencionados, tiene ilusiones de grandeza. Pinochet vive en un mundo totalmente irreal, como un emperador romano, con sus sueños de una "nueva institucionalidad" y "una democracia autoritaria, protegida, integradora, tecnificada y de auténtica participación social". Según la nueva "Constitución Pinochet", la vuelta a "la normalidad" tendrá tres etapas:

1- Recuperación (1973/80)
2- Transición (1980/84)
3- Normalidad o Consolidación (1985)

¡Según este esquema, no habría elecciones presidenciales por voto popular hasta 1991!, y aun así, el auténtico poder permanecería en manos de los militares, los partidos "marxistas" seguirían prohibidos y las actividades de los demás estarían muy restringidas.

Los representantes más astutos de la burguesía comprenden perfectamente el enorme peligro que para el capitalismo chileno representan los sueños de Pinochet. La crisis económica, las crecientes tensiones sociales, la recuperación lenta pero segura de la clase obrera y la total carencia de una base social de masas de la Junta preocupan hondamente a la burguesía más inteligente y, sobre todo, a Washington.

Los estrategas del imperialismo norteamericano calculan de una forma totalmente fría las posibilidades de supervivencia del actual gobierno y las consecuencias de su caída sobre las inversiones norteamericanas en Chile, que después del golpe volvieron a ser importantes. Washington está preocupado por la situación en toda Latinoamérica. Los imperialistas tienen sus agentes en Chile infiltrados a todos los niveles, hasta en el propio gobierno, y están perfectamente informados de la situación interna. Saben que actualmente la dictadura no tiene apoyo en ningún sector importante de la sociedad. Se mantiene sólo por la inercia temporal de las masas, deprimidas por los efectos de la crisis económica, el hambre y la miseria. Pero la prolongación de la represión puede provocar una explosión revolucionaria en un momento determinado, que pondría en peligro no sólo la dictadura, sino la existencia del capitalismo en Chile, con graves repercusiones en todos los demás países de América Latina. Esta es la auténtica explicación del cambio de la política exterior de EEUU y su interés inesperado en los "derechos humanos".

El asesinato de Orlando Letelier sirvió como disculpa a Washington para presionar a Pinochet, con el fin de obligarle a modificar su política. Indudablemente, la policía política del régimen (la DINA) se había pasado. Una cosa es masacrar a miles de obreros y campesinos en Chile, y otra, muy diferente, crearle problemas a la Administración Carter asesinando a plena luz del día y en el centro de Washington a un ex diplomático chileno que, además, gozaba de buenas relaciones con la Administración estadounidense.

Con grandes esperanzas en el apoyo de Washington y de determinados sectores de la oligarquía chilena y la casta militar, Leigh se lanzó a la lucha el 18 de julio en el periódico italiano Corriere della Sera. Leyendo entre líneas este artículo y otras declaraciones suyas, se ve claramente el miedo del sector más inteligente de la burguesía a una explosión en Chile, cuando advierte que "existe el riesgo de que el pueblo busque vías de salida violentas a la actual situación" (el subrayado es nuestro) y afirma: "Ya es tarde, pero es necesario de todas maneras un programa para el retorno a la normalidad, indicando tiempo y modo, todo". Y Leigh plantea un período de transición de cinco años ("no es posible un traspaso rápido al poder civil"), abogando por la legalidad de partidos burgueses como la Democracia Cristiana y aquellos partidos obreros que "actúan a la escandinava" (!).

El fracaso miserable de este intento de una "revolución de palacio" no tardó en producirse. La estupidez de Leigh dio a Pinochet el pretexto que necesitaba para quitarle de en medio y llevar a cabo una limpia de los altos mandos de las FFAA chilenas. "Estoy firme, muy firme, en el gobierno" afirmó Pinochet más tarde. Pero el episodio Leigh había puesto de manifiesto las divisiones y las tensiones en el seno de la Junta. El nerviosismo de los militares quedó demostrado por el hecho de que las Fuerzas Armadas y la policía permanecían acuarteladas en primer grado y que cerca del Ministerio de Defensa había un fuerte cordón militar.

Alarmada por las alteraciones en el seno de la Junta, la prensa reaccionaria (El Mercurio y La Tercera) llamó desesperadamente a la "unidad nacional" insistiendo en una "conciliación de opciones dentro de la junta de gobierno". El sentido de pánico en los círculos reaccionarios se recoge perfectamente en las palabras de La Tercera: "Si la unidad no se mantiene -ellos lo saben mejor que nadie- horas negras esperan a Chile. Todo el esfuerzo realizado se habrá perdido".

No obstante, el espectáculo de una lucha en el seno de la Junta fue una muestra muy clara de la inestabilidad del actual régimen. Mañana, inevitablemente, surgirán nuevas crisis, nuevas tensiones y nuevas escisiones, bajo la presión intolerable de las contradicciones acumuladas de la sociedad chilena.

Los portavoces de la Junta insisten machaconamente en la "absoluta tranquilidad que existe en el país". La represión ha disminuido un tanto en los últimos meses. La DINA ahora ha sido bautizada con otro nombre, la CNI (según su director, el general Odlavier Mena, "básicamente, en ese aspecto, no son diferentes"(!). Pero no hace falta profundizar mucho para ver los primeros síntomas de una recuperación de las masas, cinco años después del trauma del 11 de septiembre.

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