martes, 9 de septiembre de 2008

Ganar a los soldados

Si los dirigentes de la UP hubiesen dedicado la décima parte de las energías que gastaron en intentar ganarse la confianza y el respeto de la casta militar, a un trabajo serio para ganarse a la base del ejército, la derrota del 11 de septiembre hubiera sido totalmente imposible.

Si Allende hubiese utilizado su enorme prestigio personal y su autoridad legal como Presidente de la República para hacer un llamamiento a las filas del ejército, por encima de las cabezas de los generales, el desenlace de la situación hubiera sido muy diferente. Las filas del ejército, una vez enfrentadas con el movimiento de las masas, hubieran sufrido inevitablemente una serie de tensiones y divisiones. Aunque en cualquier ejército la cúpula de la casta militar esté vinculada a la clase dominante, la base está siempre cerca de la clase obrera y el campesinado. Los soldados y marineros simpatizaban con el movimiento obrero y con el gobierno de la UP. Pero detrás del soldado está el oficial con su pistola y su bastón de mando. Para que se produzca un movimiento de solidaridad activa en el seno del ejército es necesario que los soldados estén convencidos de la firme voluntad de los obreros para llevar la lucha hasta el final, hasta sus últimas consecuencias. En pocas palabras, que confíen en el éxito. De no ser así, el temor a los oficiales será suficiente para mantener la disciplina entre la tropa.

Que el 11 de septiembre sólo una minoría de los soldados participara activamente en el golpe, mientras que la mayoría quedaron encerrados en sus cuarteles, indica que Pinochet entendía mucho mejor que Allende las tensiones existentes dentro del ejército.

Pero en ausencia de una resistencia masiva y feroz, no existía la más mínima posibilidad de atraer a los soldados que, de modo pasivo, simpatizaban con la causa obrera. En este sentido, los métodos "pacifistas" del reformismo siempre conducen a unos resultados diametralmente opuestos a los previstos.

Ahora, en el exilio, muchas de las personas que tenían una responsabilidad personal en la situación intentan justificarse de cualquier manera. Uno de los argumentos utilizados es que la clase obrera, en el momento decisivo, se encontraba "aislada". Contestando a esto, Sepúlveda dice: "La clase obrera no estaba aislada. Lo cierto es que mostraba signos de cansancio. No veía recompensados sus esfuerzos ante las contemplaciones que se tenían con el enemigo. Estaba cansada de marchas. Quería acciones reales para liquidar el conflicto social y no percibía voluntad en su Dirección Política. Pero estaba pronta a combatir a la primera orden. El día 11, y en algunos casos hasta el día 12 y 13, se quedaron esperando" (Socialismo chileno, p. 37, el subrayado es nuestro).

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