Ahí estaba la tragedia de la clase obrera chilena. A pesar de todo el enorme poder que descansaba en sus manos, a pesar del ánimo de lucha y el heroísmo de los trabajadores, sus direcciones les fallaron en el momento decisivo. En cambio, los representantes de la clase burguesa actuaban de forma seria. Poco les importaban "las reglas del juego". Sabían que sus intereses de clase estaban en juego y actuaron contundentemente para defenderlos:
"El enemigo siempre supo lo que tenía que hacer", añade Sepúlveda. "Retrocedió o avanzó tras sus objetivos de acuerdo con las circunstancias. Contrariamente a la UP, no perdió una oportunidad para ganar terreno. Organizó con decisión y seriamente el golpe y lo asestó en el momento más propicio: en el de mayor paradojización y cuando las contradicciones sobre qué hacer tenían virtualmente paralizada la dirección" (Socialismo chileno, p. 42).
Quizás Sepúlveda exagera la inteligencia y perspicacia de la clase dominante chilena, pero lo que sí es verdad es que si los dirigentes obreros chilenos hubiesen defendido los intereses de la clase obrera con la cuarta parte de la seriedad de los políticos burgueses, el proletariado chileno podía haber tomado el poder no una, sino tres o cuatro veces, durante el período de la Unidad Popular. Las condiciones objetivas estaban dadas, la voluntad de luchar estaba presente. Sólo faltaba una auténtica dirección revolucionaria, con la voluntad y la capacidad de llevar a la práctica una política marxista-leninista.
Los intentos por parte de Allende y los demás dirigentes de la UP de llegar a un acuerdo con la reacción, pactando con la Democracia Cristiana y dejando entrar a los militares en el Gobierno, sólo sirvieron para desorientar a la clase obrera y animar a los contrarrevolucionarios. Una gran parte de la responsabilidad por esta política la tienen Corvalán y los dirigentes del Partido Comunista de Chile que, desde el primer momento, presionaron a Allende y los dirigentes socialistas para seguir ese camino desastroso. Tras el fracaso del "tancazo" de junio, Corvalán dio un discurso, irónicamente republicado en la revista del PC británico Marxism Today en septiembre de 1973, en el que alaba "la acción rápida y decidida del comandante en jefe del Ejército, la lealtad de las Fuerzas Armadas y la policía". Rechazando tajantemente la idea de que su partido estaba a favor de una milicia obrera, Corvalán contesta: "¡No, señores! Seguimos apoyando el carácter absolutamente profesional de las instituciones armadas. Sus enemigos no están en las filas del pueblo, sino en el campo de la reacción". Pero Allende y los dirigentes del PSCh también tenían una gran responsabilidad en lo sucedido, ya que habían aceptado la misma política. Por ejemplo, el día 24 de junio, Allende "pidió a sus adherentes entablar un diálogo con aquellos grupos de la oposición que también querían la transformación del país" (se refería a los mismos democristianos que precisamente en esos momentos estaban apoyando a los conspiradores fascistas) e "hizo una advertencia contra la clasificación de las Fuerzas Armadas de ‘reaccionarias’ y evitando así que éstas se convirtieran en una fuerza dinámica en el desarrollo de Chile". ¡Y esto sólo cinco días antes del "tancazo" del 29 de junio!
No cabe la menor duda de que las intenciones de Salvador Allende y los demás dirigentes de la UP eran honradas. Deseaban sinceramente un "cambio pacífico y sin traumas" de la sociedad. Desgraciadamente, para hacer la revolución socialista, no basta con tener buenas intenciones. Como muy bien dice uno de los dirigentes del Partido Socialista de Chile (Interior) en un artículo publicado en Nuevo Claridad (nº 24, abril 1978):
"Si los procesos fueran medidos por intenciones, tendríamos que afirmar que la intención de la UP era la de construir el socialismo en Chile, pero sin embargo tenemos fascismo y dictadura".
Actualmente, algunos de los dirigentes de la UP en el exilio intentan autojustificarse aproximadamente de la forma siguiente: "Si hubiésemos luchado, hubiera significado una guerra civil sangrienta, con miles de muertos". ¡Qué irónicas suenan estas palabras hoy! Miles de obreros y campesinos, la flor y nata de la clase trabajadora, han sido exterminados, torturados, llevados a los campos de concentración o simplemente han "desaparecido". Y se sigue insistiendo en la necesidad de evitar la violencia "cueste lo que cueste". Desde luego, ningún socialista quiere la violencia. Todos nosotros queremos una transformación "pacífica y sin traumas", pero también hemos aprendido algo de la historia: que jamás ninguna clase dominante ha renunciado a su poder y sus privilegios sin luchar ferozmente.
Los obreros socialistas y comunistas querían luchar contra la reacción. Esto quedó claramente demostrado el día 4 de septiembre, cuando 800.000 obreros, muchos de ellos armados con palos, desfilaron por las calles de Santiago. Adonis Sepúlveda describe así los acontecimientos:
"Las capas atrasadas suburbanas y campesinas, muchas dueñas de casas de los sectores más pobres, no estaban inscritos, pero eran parte de la fuerza social de la Unidad Popular. El día 29 de junio responden al intento de golpe con una formidable demostración de fuerzas. El Presidente de la República estuvo más de cinco minutos en los balcones de la Moneda sin poder iniciar sus palabras ante los gritos ensordecedores de las masas exigiendo el cierre del Parlamento. El día 4 de septiembre, siete días antes del golpe, en todos los poblados y ciudades de Chile se realizan fabulosas concentraciones de apoyo al Gobierno. En Santiago desfilan 800.000 personas enfervorizadas y exigiendo: ‘Mano dura, mano dura, no vivimos por las puras’, ‘Crear, crear, poder popular’, ‘Allende, Allende, el pueblo te defiende’ (Socialismo chileno, pp. 36-37).
Los trabajadores chilenos confiaban en sus dirigentes, a quienes pidieron armas y una estrategia de lucha. Si en vez de palos hubieran tenido armas, aunque fuesen pocas y deficientes, la historia de Chile habría sido muy diferente. La manifestación gigantesca del 4 de septiembre demuestra que la clase obrera no había perdido su voluntad de lucha, sino que pedía armas para resistir. Desgraciadamente, sus dirigentes, en vez de armas, les ofrecieron buenas palabras y les instaron a retornar a sus casas, cosa que sólo sirvió para debilitarlos de cara al golpe inminente.
Aquí es donde, naturalmente, surge el problema del ejército. Según algunas fuentes, Allende preguntó a Altamirano: "Y ¿cuántos hombres hacen falta para mover un tanque?". Sin embargo, ésta es una forma totalmente errónea de plantear la cuestión. Si el ejército se pudiese reducir siempre a "tantos generales controlando tantas bayonetas", ninguna revolución hubiera sido posible en la historia. Pero como dijo una vez el rey Federico de Prusia: "Cuando estas bayonetas empiecen a pensar, estamos perdidos".
En el ejército chileno había muchos soldados, cabos, incluso oficiales, que simpatizaban con la UP. Muchos incluso tenían carné socialista o comunista. El intento de sublevación de los marineros de izquierdas, el 7 de agosto, daba una idea de lo que sería posible en caso de un llamamiento serio de Allende a las tropas.
Desgraciadamente, hasta el último momento Allende confió en que los generales no romperían la legalidad e incluso que defenderían su gobierno. Como una ironía macabra de la historia, poco antes del golpe, el mismo Allende nombró a los generales Leigh Guzmán y Pinochet, jefes de las Fuerzas Aéreas y del Ejército, respectivamente. Hasta el final, cuando ya los tanques estaban en la calle, Allende pedía a los trabajadores calma y "serenidad", mientras él intentaba, en vano, telefonear a Pinochet.
El error fundamental de los dirigentes de la UP fue pensar que el Estado burgués podría adoptar una actitud "imparcial" en el desarrollo de la lucha de clases y que Chile era un caso excepcional debido a las tradiciones "democráticas" de sus Fuerzas Armadas. Estas ilusiones fueron fomentadas hasta el último momento por los propios militares. Poco antes del golpe, tras su nombramiento, el general Leigh Guzmán pronunció un discurso y afirmó que las Fuerzas Armadas "nunca romperían con su tradición de respetar al gobierno legalmente constituido". Estas mismas ilusiones las tenían los dirigentes de la UP, sobre todo los del PCCh. Desde el primer momento, Corvalán insistió machaconamente en la "profesionalidad" y el "patriotismo" de los militares chilenos. En un artículo publicado en World Marxist Review (diciembre 1970), Corvalán hizo hincapié en el carácter especial de las Fuerzas Armadas chilenas, que "mantenían su espíritu de profesionalismo, su respeto hacia la Constitución y la ley". Según él, sería incorrecto decir "que son los servidores leales de los imperialistas y las clases superiores". Nuevamente, en noviembre de 1972, en la misma revista, Corvalán insiste que "a pesar de su diversidad, los militares tienen unos valores morales comunes: respeto hacia la Constitución y la ley, y la lealtad hacia el gobierno elegido". El mismo Corvalán escribió en el diario del PC británico The Morning Star (29/12/70): "Mantener la inevitabilidad de un enfrentamiento armado implica la formación inmediata de una milicia popular armada. En la actual situación, esto equivaldría a un desafío al ejército (...) [éste] debe de ser ganado a la causa del progreso en Chile y no empujado hacia el otro lado de las barricadas".
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