"El triunfo del 4 de Septiembre y la aplicación consecuente del programa desata un proceso revolucionario que coloca a las clases en una situación de tensión histórica: revolución o contrarrevolución. No son sólo las realizaciones del Gobierno Popular, o el programa mismo, a lo que temen las clases dominantes, sino a la dinámica revolucionaria de las masas que pone en peligro doblemente el sistema capitalista. Temen sobre todo a la dirección obrera del proceso, expresada por el predominio socialista-comunista en el Gobierno, en la UP y en el movimiento de masas".
"Sin embargo es este último elemento subjetivo -el factor de la dirección- el que no sabe responder a la nueva realidad conformada por la Revolución en marcha, realidad que sobrepasa los objetivos explícitos que la Unidad Popular se traza en 1968". (Socialismo chileno, p. 35).
La coalición de la Unidad Popular incluía no sólo al PCCh y al PSCh, sino también a toda una serie de pequeños partidos y grupúsculos pequeño-burgueses (MAPU, API, SDS y Partido Radical) de muy escasa implantación en las masas. Los radicales, en el momento de su entrada en la coalición, eran indudablemente un partido burgués, que más tarde se escinde bajo la presión de las masas. A diferencia del Frente Popular de los años 30, en que el viejo Partido Radical era la fuerza mayoritaria, ahora los radicales de Alberto Baltra eran una secta, mientras que las fuerzas dominantes de la coalición eran los partidos obreros, PSCh y PCCh. No obstante, a los dirigentes estalinistas les interesaba la presencia de los radicales en el gobierno, no por su importancia electoral, sino como una disculpa para no llevar a cabo un programa socialista. "No podemos ir demasiado rápidamente porque esto puede significar una ruptura de la coalición". La misma táctica ha sido empleada por los dirigentes del PC y del PS en Francia, también con el minúsculo partido radical.
Contra la Unidad Popular se presentan los dos partidos de la burguesía: el Partido Nacional, de Alessandri, los representantes abiertos de la oligarquía, y la Democracia Cristiana, representada por Tomic, que a la desesperada intentaba recuperar la imagen de partido de "izquierdas", abogando por la "nacionalización total de la industria del cobre" y de los bancos extranjeros y la "aceleración" de la reforma agraria. Pero esta vez las masas no se dejaron engañar por las falsas promesas de los democristianos. Los resultados de las elecciones fueron los siguientes:
El colapso abismal del voto de la DC demuestra claramente el proceso de polarización entre las clases en la sociedad chilena. De hecho, los democristianos ya habían perdido su mayoría absoluta en las elecciones al Congreso de marzo de 1969. De un total de 150 escaños en el Congreso y 50 en el Senado, hubo los siguientes resultados (ver cuadro 1, los resultados de las elecciones de 1965 se dan entre paréntesis).
El resultado de las elecciones de 1970 significaron que la Unidad Popular había ganado, pero sin la mayoría absoluta. Esto fue utilizado por la derecha para imponer condiciones a Allende antes de permitirle formar gobierno. Los dirigentes de la Unidad Popular tenían dos alternativas: o bien rechazar el chantaje de la burguesía, denunciar sus sucios manejos para impedir la voluntad popular y organizar movilizaciones masivas a lo largo y ancho del país, haciendo un llamamiento a las masas, o bien claudicar ante las presiones y aceptar las condiciones impuestas.
Muchos militantes socialistas estaban indignados por esta maniobra de la burguesía. E indudablemente la indignación de las masas hubiera sido todavía mayor si los dirigentes de la UP hubiesen organizado una campaña de movilizaciones y explicaciones. Ya en julio de 1970 la CUT amenazaba con una huelga general. En aquellos momentos, la clase obrera se había convertido en una mayoría decisiva de la sociedad: el 75% de la población activa eran asalariados, fundamentalmente urbanos (en las industrias y en los servicios), menos del 25% se dedicaba a la agricultura. El poder del movimiento obrero en Chile ya había sido demostrado en las olas de huelgas bajo los gobiernos de Ibáñez y Alessandri. Los trabajadores sabían que la campaña electoral se había caracterizado por todo tipo de trucos y manejos sucios contra la UP promovidos por el imperialismo y la oligarquía. El intento de bloquear el acceso de Allende al gobierno hubiera sido la señal para un movimiento sin precedentes que hubiera provocado una radicalización a lo largo y ancho del país.
Además, para los marxistas, si bien los resultados electorales tienen importancia como barómetro del grado de conciencia de las masas, no pueden ser nunca el único factor, ni siquiera el factor determinante en nuestra estrategia. Los marxistas no somos anarquistas. Por eso participamos y estamos dispuestos a utilizar todos los mecanismos de la democracia burguesa e incluso a intentar cambiar la sociedad de modo pacífico, mediante la legislación parlamentaria, en la medida en que se nos permite hacerlo. Sin embargo, toda la historia, y sobre todo la historia de Chile, demuestra cómo la clase dominante está dispuesta a tolerar la existencia de la democracia y su utilización por los socialistas sólo dentro de ciertos límites claramente marcados. En el momento en que la burguesía ve amenazado su poder y sus privilegios, no vacila en romper unilateralmente con las "reglas del juego" (reglas establecidas por ellos en defensa de su poder y sus privilegios) y destruir las conquistas democráticas de la clase trabajadora. No, los socialistas no somos anarquistas. Pero sí somos realistas y hemos aprendido algo de la historia. En este aspecto, lleva razón el compañero Sepúlveda cuando afirma:
"En la cuestión del Poder no se trata de correlación de fuerzas numéricas, de tener la mayoría. Por ejemplo, si en marzo de 1973 obtenemos un 51% o un 55%, ¿significa que el imperialismo y la gran burguesía dejan de preparar el golpe, no continúan desarrollando fuerzas para derrocarnos? Por lo menos, la experiencia histórica demuestra que, aun estando en minoría, la reacción defiende por la violencia su predominio de clase" (Socialismo chileno, p. 36).
Muchos compañeros socialistas, y probablemente comunistas también, preveían la trampa que la burguesía estaba preparando con sus famosas condiciones. El principal protagonista de este manejo era, por supuesto, la Democracia Cristiana, que nuevamente puso de relieve su auténtica naturaleza de defensora más hábil de los intereses de sus amos, los grandes capitalistas, los banqueros y el imperialismo norteamericano.
Bajo la presión insistente del secretario general del PCCh, Luis Corvalán, y compañía, Allende se puso de acuerdo con la DC y aceptó el llamado "pacto de garantías constitucionales", prohibiendo por "anticonstitucional" la formación de "milicias privadas" o el nombramiento como oficiales de miembros de las Fuerzas Armadas no formados en las academias militares. Por otra parte, no se podía hacer ningún tipo de cambio en el Ejército de Tierra, del Aire, la Marina o la Policía Nacional, salvo con la aprobación del Congreso, donde los partidos burgueses todavía tenían la mayoría. De esta forma, Allende y los demás dirigentes de la UP cayeron en la trampa desde el primer momento, olvidando los principios fundamentales del marxismo y el programa de fundación del socialismo chileno:
"La transformación evolutiva por medio del sistema democrático no es posible porque la clase dominante se ha organizado en cuerpos civiles armados y ha erigido su propia dictadura para mantener a los trabajadores en la miseria y en la ignorancia e impedir su emancipación".
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