martes, 9 de septiembre de 2008

Las masas, abandonadas

Tanto el PSCh como el PCCh tenían armas y, teóricamente, una política militar. Pero a la hora de la verdad, las armas no aparecieron, la política militar no sirvió para nada y la mayor parte de los dirigentes huyeron, abandonando a las bases a su suerte. Fue un fin indigno para tres años de luchas heroicas de la clase obrera y el campesinado chilenos. Hay quienes dicen que la muerte de Allende "salvó el honor" del socialismo chileno. Como si se tratase de una cuestión abstracta y moral, de "honor", y no de la victoria o el fracaso de la revolución socialista; como si se tratase de la vida o muerte de un hombre, en un día en que la flor y nata de la clase obrera chilena fue masacrada sin poder defenderse.


Indudablemente, que Salvador Allende permaneciese hasta la muerte en el Palacio de la Moneda le honra, a diferencia de muchos otros que abandonaron a sus militantes, para luego, a continuación, desde un cómodo exilio, escribir sesudos artículos sobre "la heroica resistencia de Chile". Salvador Allende es un mártir del movimiento obrero. Pero toda la simpatía del mundo no puede cambiar lo que pasó el día 11 de septiembre de 1973, ni absolver a Allende de su parte de responsabilidad en lo sucedido. Los intentos de desviar la atención de los trabajadores de lo que realmente ocurrió y por qué ocurrió, por medio de sentimentalismos y mitos, son indignos de socialistas y revolucionarios. Si realmente queremos rendir honor a la memoria de Allende y de los miles de hombres y mujeres sin nombre ni apellido que cayeron muertos aquel día y después por la causa de la clase obrera, nuestro primer deber es aprender de la experiencia para no repetirla.

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