El fermento estudiantil, el movimiento cada vez más abierto pro derechos civiles de los familiares de los desaparecidos o el creciente distanciamiento entre la Iglesia y la Junta son síntomas claros de un descontento generalizado en el seno de las masas. El efecto del terror y de la represión es cada vez menor. Si bien es verdad que sigue habiendo miedo, ya no es igual que antes. La situación puede cambiar de forma inesperada. Y de hecho, hay síntomas -todavía no son más que síntomas- de que el cambio está empezando.
El régimen bonapartista de Pinochet, que se basa fundamentalmente en el aparato estatal, intenta lograr una cierta independencia, equilibrándose entre las clases. De esta forma, Pinochet pretendía ganar puntos de apoyo en las masas, utilizando a ciertas capas de la burocracia sindical. Tras el golpe de Estado, las viejas organizaciones sindicales de clase fueron ilegalizadas y sus dirigentes detenidos o asesinados. No obstante, el movimiento sindical siguió existiendo bajo la Junta. El mero hecho de la existencia de sindicatos, aunque con unos dirigentes sindicales nombrados a dedo por los militares, es otra prueba más del carácter bonapartista del régimen.
Pinochet tenía la idea de un movimiento sindical "domesticado", pero, en la actual situación de crisis económica que padece el país, el intento se ha vuelto contra sus autores. Los burócratas sindicales, aparte de actuar como agentes de la Junta en el seno del movimiento obrero, también tienen sus propios intereses, que no siempre coinciden con los del régimen. En condiciones de crisis, y sometidos a la presión de la base, algunos de estos elementos, empezando como "interlocutores" o "intermediarios" entre el gobierno, los patrones y los obreros, pueden adoptar posturas de semioposición o incluso de oposición abierta.
Un dato muy significativo de la situación en Chile es el alto nivel de organización sindical que sigue existiendo, a pesar de todo. Según las cifras oficiales, en el verano de 1978 había más de un millón de trabajadores afiliados a 7.047 sindicatos, que se distribuían así: 235.000 trabajadores en 819 sindicatos industriales, 283.000 en 877 sindicatos de trabajadores agrícolas, 495.000 en 4.144 sindicatos profesionales y 13.000 en 207 sindicatos de empleados agrícolas.
La vieja organización unitaria de los trabajadores, la CUT, dejó de existir el mismo día del golpe, salvo como un aparato burocrático. La Junta puso de dirigentes sindicales a una serie de democristianos de derechas, quienes defendían a la Junta y su política sindical ante la OIT y las organizaciones sindicales mundiales. Pero el control de la burocracia sindical, y por tanto de la Democracia Cristiana, sólo existía por arriba. La Junta no fue capaz de destruir las organizaciones de los trabajadores en el ámbito local. Y, a pesar de todo, el nivel de afiliación no ha disminuido de forma significativa. Antes del golpe, la CUT tenía 1.800.000 afiliados. Se calcula que ahora, entre las diferentes organizaciones sindicales, puede haber hasta 1.200.000 afiliados. El enorme peligro que esto puede representar para la Junta en un momento determinado fue expresado por Nicanor, el ex ministro de Trabajo, cuando comentó que "los obreros no tienen qué comer y hay un millón de sindicalistas".
No hay comentarios:
Publicar un comentario