martes, 9 de septiembre de 2008

El servilismo de la burguesía

De forma mucho más clara que en otros países de América Latina, en Chile, los intereses de los grandes terratenientes, los banqueros y los capitalistas se funden totalmente en una oligarquía poderosa que controla toda la vida económica del país, junto con el imperialismo. Resulta casi imposible establecer una línea clara de demarcación entre los grandes terratenientes y la burguesía chilenos, que rápidamente se percataron de su comunión de intereses y se unieron en un bloque más o menos homogéneo, opuesto a cambios radicales en la estructura de la sociedad. Esto explica la ausencia en Chile de una revolución democrático-burguesa y la frustración de todos los intentos de llevar a cabo una auténtica reforma agraria, como una de las tareas históricas más importantes de dicha revolución. La consecución en el pasado de una serie de derechos democráticos fue resultado de la existencia de una clase obrera fuerte y unos sindicatos poderosos. Las presiones de la clase obrera obligaron a la oligarquía a hacer una serie de concesiones, cosa que les fue posible gracias a la situación relativamente privilegiada de la economía chilena en el período transcurrido entre las dos guerras mundiales.


Tras la conquista de la independencia, en 1818, los mejores y más radicalizados elementos del Ejército, fuertemente influidos por el ejemplo de la Revolución francesa, intentaron llevar a cabo una serie de reformas que atentaban contra los intereses de la Iglesia y los grandes terratenientes. Pero sus intentos chocaron con la resistencia de los "pelucones", la fracción feudalista, que impusieron la Constitución reaccionaria de 1833.


El desarrollo de elementos capitalistas provocó un enfrentamiento entre liberales y conservadores en la segunda mitad de siglo XIX. Pero a finales de ese siglo se fusionaron, repartiéndose el botín gracias al control del gobierno y el Estado. Un factor importante en esta fusión fueron las guerras constantes con Perú y Bolivia por la posesión de los recursos minerales de la zona norte. La guerra del Pacífico en 1883 resolvió la cuestión a favor de Chile. Con la conquista del desierto de Atacama, importantes yacimientos de nitratos pasaron a manos de la oligarquía chilena. Chile tomó posesión de las antiguas provincias peruanas de Tacna y Arica, con el compromiso de celebrar un referéndum (que, por supuesto, nunca tuvo lugar). Los capitalistas chilenos no veían ninguna razón para enfrentarse con la clase feudal y la casta militar (a la que las victorias bélicas habían abierto unas perspectivas de enriquecimiento sin precedente) y se contentaron con compartir el poder con ellas, que a su vez no vacilaron en participar en los negocios de la burguesía.


De esta forma, desde el mismo instante de su nacimiento, la burguesía nacional chilena mostró todos los síntomas de una degeneración servil. En vez de luchar consecuentemente contra el poder de los grandes terratenientes, se conformaron con una alianza servil, entregando a los terratenientes la mejor parte del poder estatal y compartiendo con ellos la riqueza extraída de la sobreexplotación de los obreros y campesinos, así como el botín de las guerras fronterizas. Los burgueses poseían tierras y los terratenientes tenían acciones en la industria, la minería y el comercio: ambas clases estaban estrechamente vinculadas mediante la banca y los intereses financieros.


Por todas estas razones, la burguesía chilena fue incapaz de llevar a cabo las tareas fundamentales de la revolución democrático-burguesa, como habían hecho las burguesías inglesa y francesa en los siglos XVII y XVIII respectivamente.


La alianza entre burguesía y latifundistas se vio fortalecida tras la victoria militar de 1883 y la derrota final de los mapuches en la misma década. Esta alianza les había dado resultados muy satisfactorios: expansión de las fronteras nacionales y el enorme aumento de la riqueza nacional, derivada de los nitratos. El "compromiso histórico" entre las distintas fracciones de la clase dominante encontró su expresión en el terreno de la política con un largo período de parlamentarismo. El boom económico mundial de 1891-1913 dio a la clase dominante chilena un cierto margen de maniobra. La neutralidad de Chile en la I Guerra Mundial también produjo una serie de beneficios económicos. La fusión de los intereses de la banca, los terratenientes y los grandes industriales era total. No existían diferencias fundamentales entre los partidos políticos representados en el Parlamento.


Las cifras siguientes demuestran el secreto de la "democracia" chilena de aquel entonces:

Producción de nitratos (en toneladas)

1892: ........ 300.000
1896: ........ 1.000.000
Promedio anual 1901-10: 1.720.000
Promedio anual 1911-20: 2.500.000



El aumento del comercio mundial y la demanda de nitratos chilenos hicieron subir el precio de este producto, que aumentó un 75% entre 1910 y 1918. Algo parecido ocurrió con el cobre, que poco a poco fue desplazando a los nitratos como principal exportación del país. La producción anual de cobre pasó de 33.000 toneladas/año, de media entre 1901 y 1910, a 68.000 toneladas/año entre 1911 y 1920. El valor total del comercio exterior pasó de 140 millones de pesos en 1896 a 580 millones en 1906.


Pero de la misma forma que la burguesía chilena fue totalmente incapaz de llevar a cabo una reforma agraria, en el terreno de la industria y la minería se entregó de la forma más servil al imperialismo extranjero, a pesar de esa "edad de oro" del capitalismo chileno. Ya en los años de la I Guerra Mundial, el 50% de las inversiones en la minería eran foráneas. Muy pronto, el imperialismo, sobre todo el norteamericano, se adueñó de la industria del cobre. En 1904, la mina El Teniente, que producía una tercera parte del total nacional, pasó a manos de una empresa norteamericana. Chuquicamata, que producía alrededor de la mitad del total nacional, fue comprada por otra empresa norteamericana en 1912. En 1927, Anaconda compró Potrerillos, que representaba 1/6 de la producción nacional de cobre. Durante más de medio siglo, compañías como Anaconda y Kennecott Copper han llevado a cabo una auténtica sangría de los recursos minerales del país, acumulando inmensas fortunas a costa de la clase trabajadora chilena.

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