martes, 9 de septiembre de 2008

LECCIONES DE CHILE : Burguesía y terratenientes


Jorge Martínez

5 de junio de 1979

La conquista de Chile, iniciada en 1536-37 por Diego de Almagro y, más tarde, por Pedro de Valdivia, se llevó a cabo con la misma brutalidad que en otras partes del continente americano. Pero los conquistadores no encontraron en Chile ningún "El Dorado". Los depósitos de oro, más bien escasos, no compensaron las costosas guerras con los mapuches, que hicieron de Chile un territorio deficitario para la Corona española.


El clima del país, tanto en el norte como en el sur, dificultaba el desarrollo de la agricultura. Mientras que México y Perú atrajeron a los elementos más aventureros e imaginativos de la clase dominante castellana, Chile no ofrecía las mismas perspectivas de enriquecimiento y prestigio personal. Por otra parte, los mapuches resistieron heroicamente hasta 1880, dando muestras de una gran inteligencia y fortaleza de ánimo, cambiando su táctica militar y su modo de vida según cambiaban las condiciones de lucha. Su "pacificación" sólo se logró mediante una política de exterminación sistemática. En las guerras sanguinarias contra los mapuches se ve claramente el auténtico carácter de los terratenientes chilenos, un carácter forjado en la conquista y reducción a la esclavitud de la población, métodos a los que se acostumbró durante siglos considerando a los pueblos originarios como seres inferiores, poco menos que animales.


Esta misma mentalidad de raza superior ha caracterizado a la clase dominante chilena hasta el momento actual. Tras su piel "civilizada" y "culta" se oculta la mentalidad del conquistador y del amo feudal, con la salvedad de que, hoy en día, los "hidalgos" chilenos y sus aliados burgueses no son ni más ni menos que agentes de segunda del imperialismo, del que dependen voluntariamente aunque de forma vergonzante.


Durante siglos, la mejor tierra cultivable del país, concentrada en la parte central, estaba dividida en enormes latifundios privados (haciendas o fundos) establecidos después de la conquista y que en algunos casos superaban las 5.000 hectáreas. Tan sólo una ínfima parte pertenecía a los pequeños campesinos, que apenas podían vivir de ellas. Según el censo de 1925, estas haciendas ocupaban casi el 90% de toda la tierra de la región. En el valle del río Aconcagua, cerca de Valparaíso, el 98% de la tierra estaba en manos de un 3% de los propietarios.



El problema de la tierra, junto con el de la emancipación del país del imperialismo, siempre ha sido el problema central de la sociedad chilena. Siempre ha habido escasez de tierra cultivable: en el Norte, por insuficiencia de lluvia; en el Sur, por exceso de la misma. Sólo la región central ofrecía buenas posibilidades para el desarrollo de una agricultura próspera de tipo mediterráneo basada en la producción de vino, aceitunas, fruta... Pero precisamente el mayor obstáculo para este desarrollo ha sido la concentración de la tierra cultivable en manos de los grandes terratenientes.


Los grandes terratenientes siempre fueron ganaderos. La mayor parte de la tierra se dedicó al cultivo de alfalfa y otros tipos de forrajes para el ganado. Con la mano de obra barata que proporcionaba una población agrícola que malvivía en condiciones cercanas a la servidumbre feudal, los latifundistas no tenían el más mínimo interés en modernizar la agricultura.


Los métodos rudimentarios de los grandes terratenientes fueron el factor principal que impidió el desarrollo agrícola. Aunque en el sur chileno, a partir de 1850, los inmigrantes alemanes establecieron minifundios, basados en la producción de trigo y vacas lecheras, en la mayor parte del país no existía una clase numerosa de campesinos prósperos, sino una clara división entre los grandes terratenientes y sus "inquilinos", que vivían en condiciones semifeudales, con una clase numerosa de semiproletarios rurales, los "rotos", sometidos a la explotación más brutal y viviendo en condiciones infrahumanas.


A diferencia de otros países, Chile nunca conoció una reforma agraria digna de tal nombre. A partir de 1925 y especialmente de 1945 se intentó dividir las grandes haciendas. Pero estos intentos, muy parciales además, no fueron consecuencia de una revolución (México) o de la política del gobierno (Bolivia), sino de la iniciativa de los propios latifundistas, que se dieron cuenta de que en algunos casos era más rentable dividir sus tierras y venderlas en parcelas. La mentalidad feudal de los terratenientes chilenos no representó ningún obstáculo serio a la hora de participar en la especulación más descarada. Los terratenientes vendieron una parte de sus tierras e invirtieron sus ganancias en negocios urbanos. Controlaban los bancos y otras instituciones financieras.

El servilismo de la burguesía

De forma mucho más clara que en otros países de América Latina, en Chile, los intereses de los grandes terratenientes, los banqueros y los capitalistas se funden totalmente en una oligarquía poderosa que controla toda la vida económica del país, junto con el imperialismo. Resulta casi imposible establecer una línea clara de demarcación entre los grandes terratenientes y la burguesía chilenos, que rápidamente se percataron de su comunión de intereses y se unieron en un bloque más o menos homogéneo, opuesto a cambios radicales en la estructura de la sociedad. Esto explica la ausencia en Chile de una revolución democrático-burguesa y la frustración de todos los intentos de llevar a cabo una auténtica reforma agraria, como una de las tareas históricas más importantes de dicha revolución. La consecución en el pasado de una serie de derechos democráticos fue resultado de la existencia de una clase obrera fuerte y unos sindicatos poderosos. Las presiones de la clase obrera obligaron a la oligarquía a hacer una serie de concesiones, cosa que les fue posible gracias a la situación relativamente privilegiada de la economía chilena en el período transcurrido entre las dos guerras mundiales.


Tras la conquista de la independencia, en 1818, los mejores y más radicalizados elementos del Ejército, fuertemente influidos por el ejemplo de la Revolución francesa, intentaron llevar a cabo una serie de reformas que atentaban contra los intereses de la Iglesia y los grandes terratenientes. Pero sus intentos chocaron con la resistencia de los "pelucones", la fracción feudalista, que impusieron la Constitución reaccionaria de 1833.


El desarrollo de elementos capitalistas provocó un enfrentamiento entre liberales y conservadores en la segunda mitad de siglo XIX. Pero a finales de ese siglo se fusionaron, repartiéndose el botín gracias al control del gobierno y el Estado. Un factor importante en esta fusión fueron las guerras constantes con Perú y Bolivia por la posesión de los recursos minerales de la zona norte. La guerra del Pacífico en 1883 resolvió la cuestión a favor de Chile. Con la conquista del desierto de Atacama, importantes yacimientos de nitratos pasaron a manos de la oligarquía chilena. Chile tomó posesión de las antiguas provincias peruanas de Tacna y Arica, con el compromiso de celebrar un referéndum (que, por supuesto, nunca tuvo lugar). Los capitalistas chilenos no veían ninguna razón para enfrentarse con la clase feudal y la casta militar (a la que las victorias bélicas habían abierto unas perspectivas de enriquecimiento sin precedente) y se contentaron con compartir el poder con ellas, que a su vez no vacilaron en participar en los negocios de la burguesía.


De esta forma, desde el mismo instante de su nacimiento, la burguesía nacional chilena mostró todos los síntomas de una degeneración servil. En vez de luchar consecuentemente contra el poder de los grandes terratenientes, se conformaron con una alianza servil, entregando a los terratenientes la mejor parte del poder estatal y compartiendo con ellos la riqueza extraída de la sobreexplotación de los obreros y campesinos, así como el botín de las guerras fronterizas. Los burgueses poseían tierras y los terratenientes tenían acciones en la industria, la minería y el comercio: ambas clases estaban estrechamente vinculadas mediante la banca y los intereses financieros.


Por todas estas razones, la burguesía chilena fue incapaz de llevar a cabo las tareas fundamentales de la revolución democrático-burguesa, como habían hecho las burguesías inglesa y francesa en los siglos XVII y XVIII respectivamente.


La alianza entre burguesía y latifundistas se vio fortalecida tras la victoria militar de 1883 y la derrota final de los mapuches en la misma década. Esta alianza les había dado resultados muy satisfactorios: expansión de las fronteras nacionales y el enorme aumento de la riqueza nacional, derivada de los nitratos. El "compromiso histórico" entre las distintas fracciones de la clase dominante encontró su expresión en el terreno de la política con un largo período de parlamentarismo. El boom económico mundial de 1891-1913 dio a la clase dominante chilena un cierto margen de maniobra. La neutralidad de Chile en la I Guerra Mundial también produjo una serie de beneficios económicos. La fusión de los intereses de la banca, los terratenientes y los grandes industriales era total. No existían diferencias fundamentales entre los partidos políticos representados en el Parlamento.


Las cifras siguientes demuestran el secreto de la "democracia" chilena de aquel entonces:

Producción de nitratos (en toneladas)

1892: ........ 300.000
1896: ........ 1.000.000
Promedio anual 1901-10: 1.720.000
Promedio anual 1911-20: 2.500.000



El aumento del comercio mundial y la demanda de nitratos chilenos hicieron subir el precio de este producto, que aumentó un 75% entre 1910 y 1918. Algo parecido ocurrió con el cobre, que poco a poco fue desplazando a los nitratos como principal exportación del país. La producción anual de cobre pasó de 33.000 toneladas/año, de media entre 1901 y 1910, a 68.000 toneladas/año entre 1911 y 1920. El valor total del comercio exterior pasó de 140 millones de pesos en 1896 a 580 millones en 1906.


Pero de la misma forma que la burguesía chilena fue totalmente incapaz de llevar a cabo una reforma agraria, en el terreno de la industria y la minería se entregó de la forma más servil al imperialismo extranjero, a pesar de esa "edad de oro" del capitalismo chileno. Ya en los años de la I Guerra Mundial, el 50% de las inversiones en la minería eran foráneas. Muy pronto, el imperialismo, sobre todo el norteamericano, se adueñó de la industria del cobre. En 1904, la mina El Teniente, que producía una tercera parte del total nacional, pasó a manos de una empresa norteamericana. Chuquicamata, que producía alrededor de la mitad del total nacional, fue comprada por otra empresa norteamericana en 1912. En 1927, Anaconda compró Potrerillos, que representaba 1/6 de la producción nacional de cobre. Durante más de medio siglo, compañías como Anaconda y Kennecott Copper han llevado a cabo una auténtica sangría de los recursos minerales del país, acumulando inmensas fortunas a costa de la clase trabajadora chilena.

Control imperialista

Ocurrió lo mismo en otros sectores, como el hierro, abundante y de calidad. Bethlehem Steel tomó el control de El Tojo en 1913 y la explotó hasta agotarla. La mayor parte del hierro chileno viajó a EEUU.


En este aspecto, la burguesía chilena también ha dado suficientes muestras de su total incapacidad para llevar a cabo otra de las tareas fundamentales de la revolución democrático-burguesa: la emancipación del país del dominio del imperialismo. Antes de la Primera Guerra Mundial, Chile era un país semisatélite del imperialismo británico; después de la Segunda, la burguesía cambió de yugo y pasó a depender del norteamericano. Esta gente, a la que hoy en día se le llena la boca hablando de la "patria" y de lo nacional", es y ha sido siempre totalmente incapaz de emancipar a Chile de su dependencia humillante del imperialismo. Desde el primer momento han sido felices con el papel de administradores locales de los intereses imperialistas, los botones de las grandes multinacionales. Bajo el dominio de la burguesía, toda la enorme riqueza de Chile ha sido saqueada por los imperialistas o despilfarrada por la oligarquía.


Ni siquiera han sido capaces de modernizar el país y desarrollar una infraestructura mínimamente decente, como demuestra la condición deplorable de las carreteras. Las pocas buenas carreteras que hay en el Norte fueron construidas por las empresas mineras extranjeras. La mayor parte de las exportaciones chilenas son transportadas por buques extranjeros.


Todo esto demuestra la necesidad de llevar a cabo en Chile toda una serie de tareas históricas que en Europa Occidental se resolvieron ya hace mucho tiempo, en la época de la revolución democrático-burguesa. Pero toda la historia de Chile demuestra contundentemente la total incapacidad de la burguesía "nacional" para llevarlas a cabo. Aunque ya antes de la I Guerra Mundial, el capitalismo se había convertido en la fuerza decisiva del país, desde su nacimiento está vinculado de forma decisiva, por un lado, a los intereses imperialistas y, por otro, a los de los grandes terratenientes, a través de los bancos y el comercio. Esta es precisamente la razón por la que la burguesía "nacional" nunca fue capaz de llevar a cabo las tareas históricas de la revolución democrático-burguesa y jamás será capaz de hacerlo.


¿Cómo se podía plantear seriamente luchar contra el control imperialista del país, cuando los intereses vitales de la burguesía chilena dependían de las inversiones extranjeras y del comercio extranjero? ¿Cómo se podía plantear una auténtica reforma agraria, cuando una parte importante de su capital provenía de los terratenientes, con quienes los burgueses estaban vinculados por miles de lazos económicos, políticos, familiares, de educación, etc.?


Si la burguesía era incapaz de llevar a cabo esas tareas históricas, ¿qué otra clase social podía hacerlo? ¿El campesinado? Las masas campesinas, dispersas, analfabetas y sometidas durante siglos a la opresión más brutal, sólo eran capaces de llevar a cabo, periódicamente, actos de rebeldía desesperada, sin ninguna posibilidad de éxito a no ser que encontraran una dirección consciente en otra clase social, basada en los centros neurálgicos del país, las ciudades. El campesinado, la clase más heterogénea de la sociedad, siempre ha sido la clase menos capacitada para jugar un papel político independiente. O actúa bajo la dirección de la burguesía o bajo la del proletariado. De hecho, la lucha por la hegemonía política del campesinado es una cuestión clave para la revolución socialista en Chile. Pero el primer paso en este sentido es reconocer la imposibilidad de que esta clase social pueda jugar un papel independiente.


¿La clase media? Los representantes políticos de la clase media no tenían nada que ver con los jacobinos franceses, los pequeño-burgueses revolucionarios del siglo XVIII que conformaron la punta de lanza de la revolución de 1789. El largo período de boom económico de 1891-1918 permitió a la oligarquía chilena un amplio margen de maniobra para comprar la lealtad de la clase media, ofreciéndoles carreras burocráticas en la Administración. Así surgió toda una nueva casta de políticos profesionales. Los políticos "liberales" de la clase media se vendían a la oligarquía por poco dinero. La clase media chilena, desde aquel entonces, consideró la política como un negocio muy rentable: esto ha sido más verdad todavía para los llamados políticos "progresistas" de la burguesía: los "liberales", "radicales" y "democristianos", que participaban plenamente en el espectáculo repugnante de corrupción y prostitución, mientras las masas obreras y campesinas permanecían como meros espectadores pasivos del juego parlamentario. Los representantes políticos de la clase media estaban atados de pies y manos al carro de la oligarquía que les garantizaba puestos en la administración. Para ellos el sistema funcionaba bastante bien. Desde el principio, los "liberales" chilenos han sido la bota de izquierdas de la oligarquía.



El ascenso del movimiento obrero y la Revolución Rusa


Por otra parte, el auge de la economía chilena conllevó el desarrollo de la industria y de la clase obrera, motivando que masas de campesinos pobres emigraran a las ciudades. En 1907, el 43,2% de la población vivía en centros urbanos; en 1920, había subido al 46,4%. El 14% de la población total del país vivía en la capital, Santiago. Este proceso acelerado de proletarización condujo a los primeros intentos de organizar a la clase obrera, empezando en el terreno sindical.


Ya a principios de siglo, Luis Emilio Recabarren encabeza el proceso de organización en las minas de nitratos. Más tarde, en 1910, se forma la Federación Obrera Chilena (FOCh). Dos años después, Recabarren intenta dar la primera expresión política al movimiento obrero chileno, con la formación del Partido Obrero Socialista (POS) en Iquique.


Pero fueron los acontecimientos que siguieron a la I Guerra Mundial, sobre todo la Revolución rusa, los que provocaron una enorme radicalización de la joven clase obrera chilena. La recesión mundial que empezó en 1918 provocó una caída de los precios del cobre y los nitratos. Todas las contradicciones sociales ocultas en el período anterior surgieron a la superficie. Entre 1913 y 1923, los salarios reales de los trabajadores se redujeron un 10% a consecuencia de la inflación. La importancia de este período de radicalización quedó demostrada por la ola de huelgas que hubo entre 1911 y 1920: se contabilizaron 293.


Pero el acontecimiento clave en el proceso de toma de conciencia de los trabajadores chilenos fue la Revolución de Octubre. En un ambiente generalizado de radicalización, el POS se declara a favor de la Revolución rusa y en 1922 acepta las 21 condiciones para ingresar en la Internacional Comunista, cambiando su denominación por la de Partido Comunista de Chile (PCCh).


En los años siguientes, la sociedad chilena vivió una crisis permanente a todos los niveles, lo que daba enormes posibilidades para el triunfo de la revolución socialista. Las ilusiones de las masas en los políticos "progresistas" de la burguesía se vieron frustradas tras las elecciones de 1918. El gobierno de la Alianza Liberal de Alessandri Palma demostró su total incapacidad para solucionar ni uno solo de los problemas de la clase obrera.


Los trabajadores aprendieron, mediante una experiencia amarga, a desconfiar totalmente de los políticos "liberales" de la burguesía. El poder económico permanecía en manos de los monopolios y los terratenientes. La crisis económica iba de mal en peor. Con el creciente control imperialista de la economía, quedó patente para todos que la burguesía chilena no era más que la sucursal local de los capitalistas extranjeros.

La inestabilidad política se vio reflejada en una serie de golpes de estado y en el cambio de Constitución en 1925.


La recesión mundial de 1929 golpeó duramente a Chile, obligándole a abandonar el patrón oro y repudiar la deuda exterior. Ese año, la producción minera sólo alcanzó el 52% del promedio del período 1927-29. El desempleo aumentó masivamente. De los 91.000 mineros que había en 1929, sólo quedaban 31.000 a finales de 1931.

Oportunidades perdidas

El descontento, generalizado a todos los niveles de la sociedad, encontró su expresión más clara en una ola de agitación entre los estudiantes universitarios. En general, los estudiantes y los intelectuales son un barómetro muy sensible de las contradicciones y tensiones en el seno de la sociedad. Lenin explicaba que las condiciones objetivas para que pudiera hacerse la revolución socialista son cuatro: en primer lugar, que la clase dominante pierda confianza en sí misma y no pueda seguir ejerciendo su dominio con los mismos métodos de antes. Segundo, que las clases medias, la reserva social de la reacción, estén vacilando o sean por lo menos neutrales. Tercero, que la clase obrera esté dispuesta a luchar por la transformación radical y decisiva de la sociedad. Y cuarto, que exista un partido revolucionario, con una dirección revolucionaria capaz de dirigir a las masas hacia la toma del poder.


La crisis de la clase dominante chilena se puso de manifiesto por la crisis gubernamental permanente que caracterizó la década de los 20. El fermento entre los estudiantes reflejaba el descontento generalizado entre la clase media. A las protestas de los estudiantes se sumaron los médicos y otros sectores profesionales. Hubo una serie de manifestaciones violentas que condujeron al colapso de la dictadura de Ibáñez, que huyó del país. Si hubiese existido un auténtico partido revolucionario de masas en Chile, la situación prerrevolucionaria se hubiera podido transformar en una situación revolucionaria, con la toma del poder por parte de la clase trabajadora.


La tragedia de la clase obrera chilena fue que la consolidación del Partido Comunista coincidió con la degeneración estalinista de la URSS. El mismo proceso se dio en todos los partidos de la Internacional Comunista, que seguían ciegamente la línea política determinada por los intereses de la burocracia rusa. A partir de 1928, la Internacional, creada bajo la política leninista del internacionalismo proletario, aprobó oficialmente la teoría estalinista del "socialismo en un solo país", lo que convirtió a los partidos comunistas en meros instrumentos de la política exterior de la burocracia rusa. Este fue el factor decisivo en la degeneración nacional-reformista de todos los partidos de la Internacional Comunista.


Al mismo tiempo, siguiendo las instrucciones de la camarilla estalinista de Moscú, los partidos de la Internacional aprobaron la locura ultraizquierdista del llamado "tercer período", según la cual todas las demás organizaciones de la clase obrera eran "socialfascistas". Esta política fue la causa del terrible fracaso de la clase obrera alemana en 1933. En los demás países, los partidos comunistas perdieron su base entre las masas a consecuencia de esta locura, que iba directamente en contra de la política de frente único predicada por Lenin. También en Chile los resultados de la política estalinista fueron funestos. El PCCh se vio reducido a un grupúsculo sectario, aislado de las masas en el momento decisivo y totalmente incapaz de dar una dirección seria al movimiento revolucionario.

Fundación del Partido Socialista


Como consecuencia de la ausencia de un partido revolucionario de masas, la oportunidad se perdió. El breve gobierno "socialista" de Carlos Dávila fue derrocado por el golpe de Estado de Arturo Alessandri en septiembre de 1932. Es interesante recalcar que los radicales, el partido "liberal" de la burguesía chilena, apoyó a Alessandri. De hecho, en los años 30, el Partido Radical fue controlado por una camarilla de terratenientes y grandes capitalistas.


El gobierno Dávila había proclamado la "República Socialista" en Chile, pero al no contar con el apoyo activo de las masas quedó suspendido en el aire. A veces un "pronunciamiento" es suficiente para llevar a cabo un cambio radical, sin romper con el orden burgués, pero la revolución socialista tiene que basarse en el movimiento consciente de la clase obrera. En este contexto, Adonis Sepúlveda comenta en su artículo sobre la historia del PSCh:


"El movimiento no se había sostenido en las masas, no se entregó armas al pueblo para defender el gobierno, no había un partido que vanguardizara la resolución de lucha de los trabajadores". (Socialismo chileno, mayo 1976, nº 1, el subrayado es nuestro).


La experiencia de estos acontecimientos convenció a los mejores luchadores de la clase obrera chilena de la necesidad urgente de un nuevo partido, un partido que realmente defendiera los intereses de la clase obrera, que no se basara ni en el reformismo socialdemócrata de la Segunda Internacional ni en la perversión estalinista de la Tercera, sino que había que volver a las auténticas ideas del marxismo-leninismo, del bolchevismo y la Revolución de Octubre. A esta iniciativa se sumaron también muchos cuadros del viejo POS, descontentos con la línea estalinista del PCCh.


Aquí sería conveniente resumir algunos de los puntos más sobresalientes de la vieja Declaración de Principios del PSCh.

Métodos de interpretación:
El Partido acepta como método de interpretación de la realidad el marxismo, enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos del constante devenir social.


Luchas de Clases:
La actual organización capitalista divide a la sociedad humana en dos clases cada día más definidas. Una clase que se ha apropiado de los medios de producción y que los explota en su beneficio y otra clase que trabaja, que produce y que no tiene otro medio de vida que su salario. La necesidad de la clase trabajadora de conquistar su bienestar económico y el afán de la clase poseedora de conservar sus privilegios determinan la lucha entre estas clases.


El Estado:
La clase capitalista está representada por el Estado actual, que es un organismo de opresión de una clase sobre otra. Eliminadas las clases, debe desaparecer el carácter opresor del Estado, limitándose a guiar, armonizar y proteger las actividades de la sociedad.


Transformación del régimen:
El régimen de producción capitalista, basado en la propiedad privada de la tierra, de los instrumentos de producción, de cambio, de crédito y de transporte, debe necesariamente ser reemplazado por un régimen económico socialista en que dicha propiedad privada se transforme en colectiva.


Dictadura de los trabajadores:
Durante el proceso de transformación total del sistema es necesaria una dictadura de los trabajadores organizados.

La transformación evolutiva por medio del sistema democrático no es posible porque la clase dominante se ha organizado en cuerpos civiles armados y ha erigido su propia dictadura para mantener a los trabajadores en la miseria y en la ignorancia e impedir su emancipación.


Internacionalismo y antiimperialismo económico:
La doctrina socialista es de carácter internacional y exige una acción solidaria y coordinada de los trabajadores del mundo. Para realizar este postulado, el Partido Socialista propugnará la unidad económica y política de los pueblos de América Latina para llegar a la Federación de las Repúblicas Socialistas del Continente y a la creación de una política antiimperialista". (Socialismo chileno, pp. 15-16, el subrayado es nuestro).

Estos principios básicos se mantuvieron inscritos en el carné de cada militante del PSCh durante los primeros 25 años de su existencia.


A partir de la victoria de Hitler en Alemania, la política exterior de la burocracia rusa dio un nuevo giro. En un primer momento, Stalin intentó llegar a un acuerdo con Berlín, pero al fracasar lanzó una nueva política, basada en la idea de una alianza con "los países democráticos" (fundamentalmente con el imperialismo francés e inglés) en contra de Alemania. De la noche a la mañana, los partidos "comunistas" recibieron nuevas órdenes: acabar con la política anterior del "tercer período" y entrar en pactos y alianzas no sólo con los partidos socialdemócratas (que hasta ayer eran calificados de "socialfascistas"), sino también con los partidos "progresistas" de la burguesía, para atajar el peligro del fascismo.

El Frente Popular


De esta manera, los dirigentes de los partidos "comunistas" se convirtieron en los aliados más fervientes de la burguesía "liberal". Lenin había luchado toda su vida contra esta política de colaboración con los llamados elementos "progresistas" de la burguesía, negándose, tras la Revolución de Febrero en Rusia, a entrar en el gobierno provisional en coalición con los liberales burgueses. Los mencheviques y socialrevolucionarios en aquel entonces justificaron su entrada en el gobierno provisional __la primera edición de frente popular en la historia__ alegando que en Rusia, un país atrasado donde la clase obrera era una pequeña minoría de la población, las tareas inmediatas eran las de la revolución democrático-burguesa y que, por tanto, los socialistas debían aliarse con los partidos burgueses "progresistas" para luchar contra los restos del feudalismo y la contrarrevolución fascista. La respuesta de Lenin fue tajante: ninguna confianza en la burguesía, ningún apoyo al gobierno provisional, desconfiar sobre todo de los elementos burgueses más "radicales", como Kerensky, ningún acercamiento a los demás partidos (se refería a los mencheviques, fundamentalmente). En otras palabras, confiar exclusivamente en las fuerzas de la clase obrera organizada en los consejos obreros (soviets), como único poder capaz de derrotar a la reacción, conquistar las libertades democráticas, llevar a cabo todas las tareas de la revolución democrático-burguesa en alianza con las masas de campesinos pobres mediante la toma del poder y, a continuación, pasar de una forma ininterrumpida a la revolución socialista, la expropiación de la burguesía y el inicio de la transformación socialista de la sociedad. Lenin y los bolcheviques comprendían que la construcción del socialismo no era posible en un solo país, y menos en un país atrasado como la Rusia de aquel entonces, y por eso plantearon la necesidad imperativa de la extensión de la revolución a otros países, sobre todo a los países desarrollados de Europa. Por eso fue creada la III Internacional, la Internacional Comunista, que proclamó la necesidad de la revolución mundial, los Estados Unidos Socialistas de Europa y por último la Federación Socialista Mundial.


Bajo Lenin y Trotsky, la Internacional Comunista aglutinó a los elementos más revolucionarios y conscientes de la clase obrera del mundo. Aprendiendo de la experiencia funesta de la II Internacional (que en palabras de Lenin no era una internacional, sino "una oficina de correos", por la escasa vinculación entre los distintos partidos nacionales), los bolcheviques volvieron al concepto de internacional que tenían Marx y Engels en los tiempos de la Asociación Internacional de los Trabajadores: El partido mundial de la revolución socialista, con una política, una estrategia y una dirección comunes. Esta idea no suponía en absoluto una concepción antidemocrática, ni tampoco la hegemonía de un partido sobre los demás. Al contrario. En los primeros cuatro congresos de la III Internacional, los debates internos demuestran la existencia de un amplio margen de democracia interna, de libertad de discusión, donde incluso el partido más pequeño podía expresar sus diferencias con la política del partido más grande, el partido bolchevique. Había una amplia autonomía para las secciones nacionales, dentro de la política general establecida por los congresos de la Internacional, que hasta la muerte de Lenin se celebraban anualmente, a pesar de todas las dificultades.


Con la degeneración burocrática de la Revolución Rusa, que se produjo debido al aislamiento de un Estado obrero en un país atrasado, esta situación varió totalmente. El proceso de estalinización del Partido Comunista ruso fue seguido por un proceso paralelo en la Internacional. Todos los militantes críticos fueron eliminados burocráticamente, cosa que nunca se dio en los tiempos de Lenin. Los dirigentes de la Internacional se convirtieron en funcionarios estalinistas cuyo único fin era aplicar las órdenes de Moscú. Antes, estos elementos habían llevado a cabo la política ultraizquierdista del "tercer período". Ahora, sin ningún tipo de problema, dieron un giro de 180º, hacia la política de "frente popular", una política que Trotsky había caracterizado correctamente como "una caricatura maliciosa del menchevismo" y "una conspiración rompehuelgas".


Pero los estalinistas chilenos no podían llevar a cabo su política de colaboración entre las clases sin la participación de los socialistas. Los trabajadores chilenos habían aprendido a desconfiar totalmente de los políticos "liberales" de la burguesía. La creación del PSCh era la expresión del deseo instintivo de la clase obrera, por la necesidad de una política de independencia de clase. La política declarada de los socialistas era la del frente único de trabajadores, que propugnaba la candidatura de Marmaduke Grove, destacado líder del movimiento obrero detenido por el gobierno y elegido senador por Santiago con el lema "de la cárcel al Senado".

El espíritu revolucionario del movimiento de aquel entonces fue expresado en las famosas palabras de Grove: "Cuando lleguemos al poder, nos faltarán faroles para colgar a la oligarquía". Estas palabras reflejaban el ambiente entre los trabajadores y demás sectores oprimidos de la sociedad chilena, que estaban buscando el camino de la Revolución Socialista, no el de la colaboración con la burguesía.


La radicalización de las masas y la crisis del capitalismo empujaron a la oligarquía a buscar "la solución final", al igual que en Alemania, Italia o España, organizando y armando a las bandas fascistas. El gobierno bonapartista de Alessandri no había resuelto ninguno de los problemas de la sociedad chilena. Pero el movimiento fascista se encontró con la resistencia heroica de la clase obrera: las milicias obreras del Partido y las Juventudes socialistas, "los camisas de acero", que lucharon contra los fascistas en todo Chile. Asustado, el mismo Alessandri se vio obligado a actuar contra los fascistas cuando éstos intentaron un golpe.


El fracaso del intento fascista, la crisis del gobierno Alessandri y la creciente ola de radicalización de las masas crearon de nuevo condiciones muy favorables para una ofensiva de la clase obrera. Pero los estalinistas chilenos jugaron un papel totalmente nefasto. Desgraciadamente, los dirigentes del PSCh fueron totalmente incapaces de ofrecer una alternativa. Los estalinistas tomaron la iniciativa, presionando fuertemente sobre la dirección del PSCh para que aceptara un frente popular con el Partido Radical. Esta idea iba contra todos los principios del partido y se encontró con la oposición decidida de la base obrera, que comprendía instintivamente el carácter traicionero de los liberales burgueses y quería un gobierno de los trabajadores. En palabras de Adonis Sepúlveda:


"Cuando los cambios en la estrategia del movimiento obrero colocan en el tapete de la discusión la formación del Frente Popular, el Partido Socialista se resiste a esta alianza que entrega la hegemonía del movimiento obrero a determinados sectores de la burguesía. Tiene a esa altura un profundo arraigo popular y un líder carismático. Hay un empuje inmenso en su militancia. Ningún socialista acepta que se entregue el liderazgo a otra fuerza". (Socialismo chileno, p. 20, el subrayado es nuestro).


Desgraciadamente, la falta de experiencia de los jóvenes cuadros y las vacilaciones de la dirección del PSCh, que no supieron resistir las insistentes presiones de los estalinistas, condujeron al error fatal de entrar en el Frente Popular, a pesar de la oposición de la base y en abierta contradicción con los principios y la política del partido. En el Congreso extraordinario convocado en 1938, al secretario general, Óscar Schnake, le costó cinco horas que los delegados aceptasen la retirada de la candidatura de M. Grove, que se había agitado desde 1936.

Decisión desastrosa

Esta decisión, trágicamente errónea, tuvo consecuencias desastrosas para el socialismo chileno y para toda la clase trabajadora. De la entrada de los socialistas en el gobierno del Frente Popular, que ganó las elecciones de 1938, Sepúlveda saca las siguientes conclusiones:


"El joven partido no resiste la colaboración de clases. Sus sectores menos maduros y más oportunistas se "engolosinan" con el aparato del Estado y olvidan los objetivos que motivan su instalación en él. Afloran las debilidades y el reformismo de algunos dirigentes, que habían permanecido ocultos en las duras luchas de los primeros años. Los de mayor formación marxista y fuerte conciencia de clase combaten con firmeza la ola reformista que invade al Partido. La Juventud, combativa y revolucionaria, está a la cabeza de la lucha interna por la recuperación doctrinaria. La base reacciona con vehemencia ante la corrupción y el compromiso con el status que se desata en las altas cumbres burocráticas. El inconformismo no es de grupos radicalizados, sino de antiguos contingentes obreros. La expulsión del Comité Central de la Juventud es la gota que desborda el vaso: se produce la más grave escisión de los 43 años de la vida del socialismo". (Socialismo chileno, pp. 20-21).


A pesar de todos los acuerdos del partido, el liderazgo de la coalición gubernamental pasó a manos de los políticos burgueses del Partido Radical. Bajo la presión de las masas, el Frente Popular hizo ciertas reformas, pero a continuación optó por una política de contrarreformas que provocó enfrentamientos abiertos con el movimiento obrero. Un documento oficial del PSCh, publicado en abril de 1978 para conmemorar el 45 aniversario de su fundación, recuerda la respuesta obrera a las medidas antiobreras tomadas por el gobierno:


"La clase obrera de Santiago respondió al decreto primitivo con una vigorosa movilización de masas, trágicamente reprimida por la fuerza pública. A la masacre siguió un paro general, la renuncia del gabinete y, como primer acto de una descabellada aventura entre la dirección del PSCh y ciertos sectores de las fuerzas armadas, se selló una coalición bastarda carente de principios, de programa y de base popular. En el congreso de 1946 todos los dirigentes fueron drásticamente sustituidos". (45 aniversario del PSCh, pp. 4-5).


Desde el primer momento, la participación de los dirigentes socialistas en una coalición con la burguesía había sido una aventura sin principios que tuvo consecuencias catastróficas para el partido. Empieza una serie de crisis internas y escisiones. El partido sólo se salvó gracias a las Juventudes Socialistas y los marxistas, quienes lucharon contra la política colaboracionista de la dirección y a favor de una política revolucionaria, de independencia de clase. En las elecciones presidenciales de 1946, los estalinistas chilenos vuelven a apoyar una candidatura burguesa y entran en el gobierno de Gabriel González con los liberales y radicales. Al cabo de dos años reciben su recompensa: expulsión del gobierno e ilegalización hasta 1958.

Una vez más, el gobierno González demuestra a todo el mundo el carácter netamente reaccionario de la burguesía "liberal" chilena. Este gobierno "radical", "de izquierdas", resulta ser el instrumento más servil en manos del imperialismo norteamericano y la oligarquía chilena. En una conferencia sobre su programa, celebrada en 1947, los socialistas chilenos subrayaron "la falta de independencia demostrada por la burguesía para enfrentarse al imperialismo y a las oligarquías criollas" y aprueba nuevamente la política del Frente de Trabajadores contra la de colaboración con la burguesía liberal. Es interesante citar algunas líneas del Programa aprobado en esa conferencia, que recogen la experiencia del movimiento obrero chileno en las décadas anteriores y sacan una serie de conclusiones muy importantes:

Revolución socialista


"Corresponde en el momento actual a los partidos socialistas y afines de América Latina llevar a cabo en nuestros países semicoloniales las realizaciones económicas y los cambios jurídicos que en otras partes ha impulsado y dirigido la burguesía. Las condiciones anormales y contradictorias en que nos debatimos, determinadas por el retraso de nuestra evolución económica social en medio de una crisis al parecer definitiva del capitalismo, exigen una aceleración del proceso de la vida colectiva; tenemos que acortar las etapas mediante esfuerzos nacionales y solidarios para el aprovechamiento planificado del trabajo, de la técnica y del capital que tengamos a nuestra disposición.


El proceso material, en naciones más favorecidas, ha sido el efecto del espontáneo juego de fuerzas vitales y sociales en tensión creadora. Entre nosotros, tendrá que ser el resultado de la organización de la actividad colectiva, hecha con un criterio técnico y dirigida con un propósito social. El giro de los sucesos mundiales y la urgencia de los problemas internos no dan ocasión para esperar. Por ineludible imperativo de las circunstancias históricas, las grandes transformaciones económicas de la revolución democrático-burguesa (reforma agraria, industrialización, liberación nacional) se realizarán en nuestros países latinoamericanos a través de la revolución socialista". (El subrayado es nuestro).

Independencia de clase


La experiencia de sucesivos gobiernos burgueses daba la razón a estas tesis. Después de los años de vacas gordas que hubo durante la Segunda Guerra Mundial y algo después, el precio del cobre empezó a caer nuevamente, provocando una crisis en la economía nacional. El nivel de empleo en la industria chilena en 1949 quedó por debajo del nivel de 1947. La inflación siguió aumentando y los capitalistas chilenos amasaron fortunas especulando con la divisa nacional. El 75% de la tierra cultivable permanecía en manos del 5% de la población y el capital estadounidense aumentó su influencia en la industria nacional.


Mientras tanto, se logra la reunificación del movimiento sindical, dividido desde 1946, con la creación de la Central Única de Trabajadores (CUT) en 1953, que en su declaración de principios proclama como meta principal la organización de todos los trabajadores del campo y de la ciudad "para luchar contra la explotación del hombre por el hombre, hasta llegar al socialismo íntegro".

En los años 50, los socialistas chilenos llegan a la siguiente conclusión, sobre la base de toda su experiencia anterior:


"Esta situación se disputa en torno a las posibilidades de colaboración con gobiernos no representantes de los trabajadores, caracterizando esto a la trayectoria histórica del socialismo, hasta que, enfrentado a su pobre porvenir ideológico, decide rebuscar en sus principios una política que le trace una perspectiva de independencia ideológica, de clase, y que fundamentalmente representa a los trabajadores. Es así como aparece en Agosto de 1956 la nombrada tesis del Frente de los Trabajadores, cuya fundamental y primera lección es que la burguesía no es en nuestros países una clase revolucionaria. Lo son, en cambio, los trabajadores industriales y mineros, los campesinos, la pequeña burguesía intelectual, los artesanos y operarios independientes, todos los sectores de la población cuyos intereses chocan con el orden establecido. Y en este conjunto cada vez juega un papel más determinante la clase obrera. Por su organización, su experiencia sindical y política, su sentido de clase, es el núcleo más resuelto de la lucha social". (45 aniversario del PSCh, p.9, el subrayado es nuestro).


El mismo documento afirma:

"Muchos detalles objetivos están por alcanzarse y deben constituir, por tanto, metas vitales para Chile, pero negamos que nuestra incipiente y anémica burguesía tenga independencia y capacidad para conquistarlos. Es aquí una clase tributaria del imperialismo, profundamente ligada a los terratenientes, usufructuaria ilegítima de privilegios económicos que ya carecen de toda justificación. Concluimos, entonces, que únicamente las clases explotadas, los trabajadores manuales e intelectuales, pueden asumir esa misión en términos de conformar una sociedad nueva, sostenida por una estructura productiva, moderna y progresista".


Asimismo se explica que "la tarea de nuestra generación no consiste en realizar la última etapa de las transformaciones democrático-burguesas, sino dar el primer paso en la revolución socialista". En realidad, las tareas fundamentales de la revolución democrático-burguesa en Chile sólo pueden ser llevadas a cabo mediante la toma del poder de la clase trabajadora, a la cabeza de las masas de campesinos pobres y demás sectores oprimidos de la sociedad. Pero un gobierno obrero en Chile no podría limitarse a las tareas democrático-burguesas, dado que éstas supondrían un ataque contra el sistema capitalista y conducirían de forma ininterrumpida a la transformación socialista de la sociedad.


En las elecciones presidenciales de 1958, Salvador Allende, candidato común del PSCh y el PCCh bajo las siglas FRAP (Frente de Acción Popular), obtuvo 356.000 votos, a sólo 30.000 del candidato burgués, Alessandri. El gobierno de derechas llevó a cabo un programa de austeridad, que pesaba sobre las espaldas de la clase obrera. La respuesta fue una ola de huelgas contra la represión gubernamental.


Desgraciadamente, en el FRAP se ve nuevamente la tendencia de los dirigentes socialistas a claudicar ante las presiones del PCCh. En el programa común se nota un cambio fundamental con respecto al programa del Partido Socialista. Como dice el documento 45 aniversario del PSCh:


"Nuevamente es difícil identificar los principios del socialismo implementados [aplicados] en la trayectoria del FRAP, incluidos en ella que ya es una nebulosa de principios y en la que es imposible reconocer los del partido (...) 20 años más tarde tenemos una política correcta nacional e internacional, una identificación social adecuada: el Frente de Trabajadores, que es absolutamente consecuente con nuestros principios, pero nos hemos desgastado en el camino compartido; en el que cada alianza nos ha ido ablandando y haciéndonos claudicar y por tercera vez volvemos a decidir erróneamente, volvemos a pactar olvidándonos de la clase trabajadora, de la lucha de clases, de que la burguesía no es revolucionaria y aunque está escrito en nuestros principios, en nuestros informes a los Congresos, en las polémicas interpartidarias, volvemos a establecer una santa alianza que contradice los postulados básicos de nuestro partido y del Frente de los Trabajadores. Nace así una nueva coalición, la posibilidad de la unidad popular".


Otra vez más, los dirigentes del partido "comunista" insisten en sus tesis del carácter democrático-burgués de la revolución chilena y la necesidad de buscar pactos y alianzas con los llamados partidos burgueses "progresistas".

Y, de nuevo, los dirigentes socialistas no supieron resistir las presiones. Aunque evidentemente sus intenciones eran buenas (mantener como fuera la unidad de las fuerzas principales de la clase obrera chilena), los dirigentes del PSCh pagaron un precio demasiado alto, cuyos resultados sólo quedaron en evidencia con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

Lo que está claro es que para dirigir a la clase obrera hacia la toma del poder no es suficiente tener unos principios ideológicos más o menos correctos. Por supuesto, sin ideas claras, sin un programa revolucionario, sin principios marxistas y sin perspectivas correctas, nunca será posible construir el partido revolucionario ni hacer la revolución socialista. Pero también hace falta una dirección revolucionaria, una dirección bolchevique, que no vacile en los momentos decisivos, que no pierda de vista el objetivo principal de la revolución y que, bajo la apariencia de "acuerdos tácticos" o la "unidad", no haga concesiones en cuestiones de principios. Lenin, en este aspecto, siempre se mostraba totalmente intransigente. Más de una vez se le acusó de "sectarismo" y "dogmatismo" por negarse a entrar en acuerdos de principios, y no sólo con los burgueses (esto se da por supuesto), sino también con otros partidos obreros. El ejemplo más claro es la actitud que adoptó en 1917 hacia los mencheviques, que precisamente lo acusaban de "sectarismo" y de "romper la unidad del campo revolucionario". Tales acusaciones nunca deben asustar a una dirección revolucionaria. Lenin comprendía perfectamente la necesidad de pactos y acuerdos temporales con otros partidos obreros. Pero la consigna de Lenin era siempre: "marchar separados, golpear juntos". Nunca confundir los distintos programas y las distintas banderas de los partidos obreros cuando éstos se ponen de acuerdo sobre alguna acción concreta. La tragedia del socialismo chileno durante toda su historia ha sido que, después de sacar una serie de conclusiones correctas de la experiencia de lucha, sus dirigentes siempre claudicaron en cuestiones fundamentales ante las exigencias de los estalinistas, que en cada ocasión lograron dominar el frente común que unía a ambos partidos, imponiendo sus ideas, sus programas y sus criterios. Y esta receta ha conducido siempre al fracaso más absoluto de la clase obrera.


La política reaccionaria del gobierno Alessandri produjo una ola de radicalización en el país, reflejada en el movimiento huelguístico El ritmo anual de crecimiento económico oscilaba alrededor del 4,5%. Mientras que la inflación aumentó enormemente, el salario real del obrero permanecía prácticamente al mismo nivel que en 1945. El 60% de la población recibía sólo el 20% de la renta nacional. La situación en el campo era tan mala que, en las provincias agrícolas más ricas, el 7% de los terratenientes poseían más del 90% de la tierra. En general, alrededor de un 86% de toda la tierra cultivable del país estaba concentrada en un 10% aproximadamente de las entidades agrícolas. A pesar de todas las promesas de reforma agraria, las condiciones de los campesinos pobres, los "inquilinos" y los "afuerinos", seguían exactamente como antes: miseria, hambre, analfabetismo, enfermedades endémicas y alcoholismo.